“Puta y ahora resulta que las mujeres quieren mandar a los hombres que coman mierda” (ó El machismo y la violencia sexual: la cristalización guatemalteca de la violencia simbólica).

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Texto por Lcdo. Manuel Velásquez, Psicólogo Clínico y Psicoanalista Infantojuvenil 

Hace unos días las conductora de radio y televisión Andrea Henry publicó en sus redes sociales un video apoyado y promoviendo la iniciativa de la Fundación Sobrevivientes #NoSePuedeSerMujer, que busca incidencia política y social para la creación y aprobación de una ley que castigue el hostigamiento y la violencia sexual callejera. Luego de esta publicación Andrea recibió varios mensajes en su redes sociales que, no solo afirman la misma necesidad de la ley, sino que justamente hacen real el “No se puede ser mujer”. Algunos de estos comentarios fueron (se transcriben literales):

“Puta y ahora resulta que las mujeres quieren mandar a los hombres que coman mierda” / «Después va a salir esta serota apoyando a los gays y lesbianas puta desgraciada” /  “Cada ley que se va creando para que putas sirve… luego esta serota a su marido va a meter preso solo por gritarle” / “jajaja ya déjense de culeradas y feminismo cerote! Hay que respetar para que la respeten, como pisados piden respeto su salen a la calle vestidas como putas? como que si ustedes jamás an visto con deceo a un hombre, hipócritas”  /  “ Las mujeres tiene la culpa de vestirse tan provocativas y luego se anda quejando. Los mismos medios de comunicación venden a la mujer como imagen sexual”

La violencia simbólica (establecida por Bourdieu en la década de los 70) es una supuesta acción racional, donde el ser dominador ejerce una suerte de violencia indirecta y no físicamente específica, dirigida a los dominados, quienes no la registran al nivel de la consciencia y que tampoco la asumen dirigida hacia sí mismos, por lo que de alguna manera cargan con una complicidad respecto a su propia dominación.

Me parece que la violencia simbólica de Bourdieu se acerca a lo que Hegel llamó “la dialéctica del amo y el esclavo”, en donde hay un amo poseedor (y administrador) del deseo y un esclavo que lucha por el reconocimiento (el amor) del amo, dinámica que desde al perspectiva psicoanalítica es introducida por la cultura. Sin embargo es posible introducir dos diferencia entre uno y otro desarrollo conceptual, primero la posibilidad que se le reconoce al individuo de acceder a reconocerse en la posición de sujeto-de-un-otro-dominador, en Hegel se es consciente de esta dinámica, en Bourdieu no; y segundo, en el desarrollo hegeliano hay una lucha-por-el-reconocimiento, mientras que el desarrollo de Bourdieu un sometimiento-para-el-reconocimiento. En esta dinámica es importante identificar, tal como lo postula Foucault en “La microfísica del poder” y en “Los intelectuales y el poder”, el estatus de amo o de dominar es dado por el sujeto-oprimido, por el sujeto-esclavo, es decir que la existencia, el estatuto mismo, de amo-opresor no depende de él o su fuerza impuesta. Retornando a Hegel diría que la existencia del amo, entonces, está condenada por la existencia de un esclavo, y esta es justamente, desde una preceptiva psicoanalítica, el devenir de un límite a esta tipo de violencia y desde acá adquiere aun más sentido en esfuerzo de la Fundación Sobrevivientes y de Andrea Henry de hacer pública, visibilizar, el mal-estar de la mujer en cuanto al acoso callejero.

La violencia simbólica aparentemente es una relación de poder entre géneros (o más bien, a mi parecer, entre las múltiples representaciones de género). Evidentemente pareciera que la violencia simbólica corre con la suerte de ser la más efectiva entre las diferentes manifestaciones de la violencia humana. A pesar de no ser directa y no deja marca física, con el tiempo, se instala como violencia estructural porque se politiza. Llega a ser tan eficaz que los sujetos implicados en ella – dominador y dominado – la normalizan y la asumen como algo natural, la legitiman con su aceptación, no la cuestionan.

La teoría psicoanalítica propone que la violencia se encuentra en el lenguaje, en el universo simbólico, y es común, inherente, a los seres humanos. Somos introducidos en lo simbólico, a la cultura, de manera violenta porque se nos impone en el proceso de nuestra constitución como sujetos. Nuestro origen en el mundo está atravesado por la violencia de la palabra y de lo que un gran Otro hace bajo el precepto de nuestro propio bien. Nuestro propio origen está atravesado por la violencia simbólica, por la cultura.

Cuando el Dr. Freud habló del “narcisismo de las pequeñas diferencias” hacía referencia a que de esa, inicial y aparentemente inofensiva, inclinación agresiva, indispensable para hacer lazo social, puede resultar un odio aniquilador de lo más intenso. Desde esta perspectiva la violencia es precisamente humana, es un producto de las relaciones de poder que se establecen ante el hecho de ser cultura, de hacer sociedad. Es difícil encontrar referencias a actos de crueldad en un animal, como los que constatamos todos los días entre los seres humanos.

El hombre ante ello queda retenido por la ideal de sí mismo, atrapado en el hecho de su propio narcisismo, timando por las imágenes de la identificación y que le hacen ignorar lo que a él conciernen en cuanto a su propio inconsciente; él se asume como ese que dice ser. Siguiendo a Lacan diríamos que, es justamente allí donde, se hace necesaria una inscripción en cuanto a lo simbólico para que lo que lo movilice sea la consumación de su propio deseo más que la necesidad de rivalizar, competir e imponerse. Sin embargo aun introduciendo un deseo propio, algo hay de irreductible del narcisismo, del odio, de la agresividad y de la violencia.

La psicoanalista francesa Colette Soler, haciendo referencia al racimo, una manifestación de violencia simbólica a mi entender, dice: “me parece que definir el racismo simplemente como el rechazo de la diferencia no basta, el racismo de los discursos en acción no se reduce a un puro problema de identificación, sino que concierne a lo que en el discurso no es lenguaje: es decir al goce…”. Para los que no están familiarizados con el concepto lacaniano de goce, deben saber que está fuertemente vinculado al odio del que nos habla Freud, esa pasión irreductible e incurable en el inconsciente. Odio que es producido por una satisfacción primaria, permisivas, destructiva que puede llegar a estragar al propio sujeto sumergido en esa pasión.

El su texto “El malestar en la cultura” el Dr. Freud nos dice: “La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se lo atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo”, en este sentido podríamos decir que la violencia proveniente del odio y de la segregación precisamente localizará su objeto en lo más cercano, en lo próximo, en el otro semejante. Debemos aceptar entonces, que en una buena porción ese odio, esa agresividad, esta dirigía a hacia nosotros mismo desplazada en un otro semejante. Pareciera, pese a la crudeza con la que el Dr. Freud nos plantea la violencia del humano, que la violencia simbólica de Bourdieu se establece como dulce, invisible, que es ejercida con el consenso de los sujetos implicados, pero que en realidad pone un velo a la relación de poder que subyace a la relación que las configura.

En nuestra sociedad postmoderna las diferentes manifestaciones de violencia simbólica tienden a no ser identificadas como violencia y se sostienen más tiempo sin ser develadas, generando un malestar inconsciente; porque son manifestaciones que no se ven, de las que se dice no saber, que no se reconocen y no se presuponen.

Bourdieu reflexiona respecto a cómo naturalizamos e interiorizamos las relaciones de poder que se pone en juego en las construcciones socioculturales, convirtiéndolas en evidentes y dogmáticas, inclusive para aquellos sujetos que son sometidos en esta dialéctica. De allí surge en su teoría la violencia simbólica, que no sólo está socialmente constituida sino que también encuadra y define los bordes donde podremos opera y desde donde se nos será permitido percibir y pensar y es lo que desde muy pequeños nos empuja al machismo.

Finalmente diría que el reverso a ese irreductible, de la imposible erradicación de la violencia <simbólica>, es su regulación por los mismos sujetos. Paradójicamente, el único con capacidad de regularla es aquel quien, siguiendo a Hegel, ocupa el lugar de “esclavo” (lugar impuesto por la misma cultura).

Es importante puntualizar que este lugar de “esclavo” al cual apoyo en Hegel o esta “complicidad tácita” a la cual se refiere Bourdieu, no es necesariamente asumido de manera consentido por la mujer, sino que es un lugar al cual la cultura falocéntrica le relega, le empuja, le fuerza e incluso la castiga cuando intenta emanciparse de ella. Los post recibidos por Andrea dan fe de esto último.

Para terminar me parece que es justamente en este punto, de una manera simbólica y contundente, que las mujer deben ser las que alcen la vos, las portadoras de la re-vuelta de esta realidad y las que deben decir, que en el contexto actual, #NoSePuedeSerMujer y con ello movilizar un cambio; porque es precisamente la formar de irrumpir, desde su propina trinchera. Mi apoyo activo con la causa y con Andrea.

*Reelaboración de mi texto: “Goza!: violencia(s) simbólica(s) y corporalidad(es)” en el marco día internacional contra la violencia de genero (25 de noviembre).

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Publicado por Manuel Velásquez

Psicoanalista. Psicólogo Clínico.

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